Después de escuchar cientos de veces una cinta de cassette titulada “Muddy Mississippi Waters Live” y de ver casualmente a Jimi Hendrix por televisión, la vida de Max Hightower cambió por completo. No tenía dinero para comprarse una guitarra, por lo que su abuela desempolvó una vieja guitarra Silvertone de los años 50 que tenía en el trastero y se la regaló. Sin embargo, las cuerdas estaban totalmente oxidadas y no podía tocarla lo que le produjo una enorme frustración, así que su abuela decidió regalarle una armónica. Gracias a este instrumento Max se introdujo en el mundo del blues. Pronto se convirtió en un multiinstrumentista y productor, compartiendo escenario con músicos como Hubert Sumlin, Willie Smith, Bob Margolin, Bob Stroger, Eddie Shaw, Kim Wilson o Bobby Rush entre otros.

Aunque fue miembro de diversas formaciones como Mac Arnold o Plate Full O’Blues, Max quería encontrar su propio sonido y en su mente estaba la idea de combinar el blues más áspero con el groove. Buscando nuevas oportunidades viajó a New Orleans, donde decidió grabar una serie de temas propios que reflejaran el sonido de una banda en directo, todas ellas sin repeticiones ni tomas alternativas, corriendo el riesgo de que los fallos del directo se reflejaran en el disco, pero al mismo tiempo, comunicando toda la autenticidad de una actuación en vivo.

El resultado es este álbum con doce canciones en las que Max está a la voz, guitarra y armónica junto a un grupo de músicos que han entendido el mensaje que Max quiere transmitir y que combina de forma muy atrevida el blues con el groove y el grasiento funk sureño y en el que no hay espacio para las baladas o las canciones tristes, sino el ritmo y el feeling de un intérprete que después de haber realizado cientos de conciertos, jams y miles de kilómetros, nos ofrece su versión más honesta y personal de la música que cambió su vida cuando sólo tenía doce años.